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Rumbo al crepúsculo del norte: Pacasmayo & Santa Rosa

Diversos desiertos se intercalan con verdes valles, y de esta manera el contraste se conjuga cromáticamente a lo largo de la Panamericana Norte. El viaje se acompaña por la melodía que despide el silbido del viento, cuyo séquito es esa inconfundible fragancia en donde se mezcla el aroma de las campiñas con la brisa gratuita que el océano nos regala. Esta vez nuestro derrotero se parte entre Pacasmayo y Santa Rosa, dos caletas cuyos mágicos y cálidos crepúsculos se convierten en una hermosa aura que baña a su gente, su tierra y su mar.

Publicado: 2014-02-07

Pacasmayo: Bajo el hechizo del Pakatnamú 

La música proviene del mar y es el viento el que se transforma en el pregonero de esta bella melodía que no es otra cosa que el canto de la melancolía. Las tardes se tiñen de cálidos colores que bañan, cual caricia, la playa, la gente y la vida toda. Pacasmayo tiene una gracia peculiar que fácilmente seduce al visitante, y es que en el ambiente flota -ingrávido y transparente- el espíritu del Pakatnamú, una mágica presencia que nos envuelve con sus sortilegios.

De Trujillo a Pacasmayo existe un recorrido de cincuenta y dos kilómetros por la Panamericana rumbo al norte. El camino discurre entre fértiles campos de caña, cultivos de panllevar y centros ceremoniales de culturas pre-incas casi tan antiguos como la brisa del mar que acaricia sus playas.

Pacasmayo fue por muchas décadas uno de los principales puertos del litoral peruano. Cuenta la historia que por el año de 1875 se construyó su extenso muelle junto al balneario de casas con estilo republicano de corte vertical. El hombre se enfrentó al mar clavando entre sus olas uno de los desembarcaderos más largos que se construyeran por aquellos tiempos en las costas del Pacífico. Mil metros de rieles, vigas,hierros e infatigable ímpetu humano dejaron por más de cincuenta años una construcción que se ganó el respeto del mar.

A inicios de la década de 1880, en pleno apogeo de la Guerra del Pacífico, el puerto contó con la ingrata visita de tropas chilenas dispuestas, entre otras cosas, a desaparecer el muelle pacasmaino por orden del jefe invasor, Patricio Lynch. Aquella intención estratégicamente justificada pero no menos prepotente, tuvo una audaz e interesada respuesta por parte de don Benjamín Kauffman, rico hacendado que al ver amenazada su incalculable fortuna e inversión, compró la voluntad del general chileno. Desistió así el jefe invasor de aquel insano intento de destrucción aunque años más tarde el mar -indiferente a todo afán de lucro- cumpliría con el intento de las tropas intrusas. Por el año de 1930, la bravura del océano reaccionó ante el atrevimiento del hombre norteño y aquel aguijón de mil metros fue quebrantado en sus cimientos dejando para la posteridad tan solo quinientos veinte metros de tembleques vigas y sueños que el tiempo nos ha permitido contemplar todavía.

Los territorios brillan porque la naturaleza es generosa con su suelo, con su gente y su destino. Los caprichos del mar se ensañan con el litoral, mientras sus hombres y mujeres tratan de encontrar sentido al pasado y buscan en la fe una razón para el futuro, hurgando en el océano el sustento de cada día.

Tres días de cálidos atardeceres albergan nuestra estadía, entre chalanas, hombres de mar, casas lujosas, barrios modestos y un sinfín de gaviotas. El pequeño balneario de majestuosos paisajes con vista al mar nos ofrece la maravillosa y no menos importante oportunidad de conocer a su gente, sus costumbres y sobre todo aquel fervor religioso que le tienen a la Virgen de Guadalupe, patrona del pueblo.

El segundo día, luego de una larga peregrinación -que es una peculiar forma de pagar tributo a la Virgen- pudimos conocer de cerca el rostro diáfano de la elegante patrona del pueblo, un rostro en donde no pinta el astro rey, a diferencia del de todo pacasmaino que suele mostrar huellas inequívocas de las rudas caricias que deja el sol sobre la piel. Son pocos los feligreses, es cierto, pero es tan grande la devoción que nos invita a participar del profundo recogimiento popular.

Los cálidos atardeceres de Pacasmayo nos invitan a la reflexión, nos abren las ventanas del alma dejando que nuestro espíritu se encandile con el estallido de aquel haz de luz. Los tornasoles rojizos se proyectan en el inmaculado cielo azul del puerto, acompañado con las preciosas melodías que el mar y el viento usualmente nos regalan.

Santa Rosa, donde los barcos duermen

Ubicada a sólo 15 minutos de Chiclayo, la playa y caleta de Santa Rosa es –sin lugar a dudas– uno de los lugares más fotogénicos del país. Únase a nosotros en un breve recorrido a través de sus barcas dormidas en la arena. Un consejo: viaje ligero, el calor lo ponen las sonrisas de los niños.

Dejamos el bullicio y trajín de la ciudad de Chiclayo. Una suerte de Lima pequeña, bullente de comercio y con un tráfico infernal, donde los mototaxis desafían desde las leyes de tránsito hasta las de la física. Enrumbamos hacia el oeste, en busca del mar. Recomiendo dedicar, al menos, una tarde completa a explorar el viejo Santa Rosa. Para ello, basta llegar al extremo norte de la ciudad (ruta de salida hacia Lambayeque) y girar en el óvalo hacia la izquierda. Desde allí, sólo debe seguir al sol, que lo llevará directo a Pimentel.

Pimentel, antiguo puerto y caleta, es en la actualidad el balneario preferido de los chiclayanos. Clubes y casas hospedaje compiten por un espacio frente al mar con antiguos ranchos de madera y decenas de restaurantes especializados en platos a base de pescados y mariscos. Su gran muelle, una suerte de ícono de acero curtido por el tiempo de más de cien metros de longitud, divide a la playa en dos zonas bien marcadas: la antigua, ubicada al sur, y la moderna o residencial, hacia el norte.

Pero nuestro destino se encuentra unos kilómetros más al sur. Una vez en la costa, es preciso tomar la carretera asfaltada (no siempre en buen estado de conservación) que lo llevará, a la vista de milena-rios caballitos de mar recostados sobre la arena, hacia el punto elegido para este viaje.

Santa Rosa, tierra de pescadores milenarios, nos recibe con la calma de aquellos pueblos en los que el tiempo se mide por las mareas y por las noches de luna. Aquí nadie tiene prisa ni usa reloj. Total, "no por mucho madrugar amanece más temprano", comenta un pescador sin levantar los ojos de la maraña de boyas y redes tendida a sus pies.

La brisa del mar, fresca a pesar del inclemente sol que golpea la costa a esta hora de la tarde, nos invita a iniciar un paseo por la orilla repleta de embarcaciones. Santa Rosa no es, por cierto, una playa convencional, como las que estamos acostumbrados a visitar. Si bien el mar suele ser más tranquilo y menos frío que en otras costas, el verdadero espectáculo de este rincón es visual. Un festín para los ojos y, porqué no, para las cámaras fotográficas.

Varadas en la arena, cerca de cincuenta grandes barcos de madera –llamados chalanas por los pescadores locales– yacen a la espera de ingresar a la mar. Es tiempo de veda, lo que equivale a tiempo de reparaciones y descanso. Cada embarcación luce impecable, con sus alegres colores reluciendo y aún con olor a pintura fresca. La imagen en conjunto es, sencillamente, hermosa. Rojos, azules, verdes y claro el blanco de las gordas panzas de las naves, teñido por la luz naranja del atardecer.

Santa Rosa es playa, caleta y astillero. Aquí se construyeron, durante el boom pesquero de los sesenta, embarcaciones de hasta doscientas toneladas. Lo peculiar de este lugar es que carece de muelle, por lo que las chalanas deben ser remolcadas (rodando sobre palos) con la ayuda de un tractor hasta las aguas profundas (antiguamente, el trabajo lo hacían burros). Todo un espectáculo para alguien que está poco acostumbrado a ver tractores sumergidos en las olas.

Si hay algo que supera a la belleza de las imágenes marinas de Santa Rosa es únicamente la hospitalidad de sus habitantes. Hemos recalado, casi sin darnos cuenta, en la casa de don Víctor Failoc, un santarosino próspero dedicado al turismo y la hotelería. Instalados cómodamente en su terraza de tres pisos frente al mar (que también sirve de faro a los navegantes), decidimos indagar acerca de la historia de este mágico lugar, mientras Leonor, su esposa, va y viene con fuentes de cebiche, arroz con mariscos y tortilla de raya… ¿se puede pedir algo más?

Víctor nos cuenta que todo aquí gira en torno al pescado. Incluso los meses pasan a segundo plano, siendo términos como «la época de la anchoveta», «la entrada de la cojinova» o «el tiempo del suco», comúnmente usados para definir momentos precisos del calendario santarosino. "Esas gaviotas que están en la playa –nos dice– vienen a pescar cachema. Esperan hasta la noche en que los peces suben a la superficie y brillan con luz fosforescente. Ahí es cuando los agarran. Lo mismo hacen los pescadores".

Una curiosa figura cuadrada se levanta frente al horizonte. Es lo que queda de un barco chileno, que se hundió hace casi un siglo. "Los chilenos arrasaron con estas costas, pero nos dejaron su barco, encallado en un banco de arena. Ahora, gracias a eso, tenemos langostas en Santa Rosa". Así es, el viejo barco hundido es hoy la peña que cobija al pescado de Santa Rosa.

Quisiéramos seguir la plática con Víctor y su esposa, pero el sol, ocultándose en el mar, nos invita a dar un paseo más entre las chalanas dormidas en el tiempo. Los niños de Santa Rosa nos acompañan y nos cuentan a quién pertenece cada embarcación mientras corren y saltan entre los charcos de agua que llegan con la marea alta. Todo se convierte en un juego de luces y reflejos acentuado por los contornos de las sogas, los mástiles y los canastones para el pescado. El día llega a su fin y prometemos regresar. Cómo no, si nos hemos enamorado de este lugar y su gente.

DATOS DEL VIAJERO

PACASMAYO

¿Cómo Llegar?

El balneario de Pacasmayo se encuentra ubicado en la costa norte del Perú, en la provincia de San Pedro de Lloc, departamento de la Libertad.

De Lima se puede llegar a Pacasmayo vía aérea hasta la ciudad de Trujillo. Desde este punto a Pacasmayo existen unos noventa minutos de recorrido hacia el norte por la carretera Panamericana. Se puede alquilar un auto en Trujillo o viajar en colectivo (que por cierto son muy económicos); el viaje se extiende hasta avizorar la fábrica de Cementos Pacasmayo, punto de referencia para virar a la izquierda y adentrarse primero a la ciudad y posteriormente al balneario. Además se puede viajar por tierra desde Lima; la distancia es de quinientos cincuenta kilómetros y el recorrido demora unas ocho horas.

Clima:

El clima es templado y agradable casi todo el año, con una temperatura promedio entre los 20 y 25 °C. Sin embargo, entre los meses de diciembre a marzo este promedio se incrementa y en algunas ocasiones sobrepasa los 30°C durante dichos meses de verano.

Qué llevar:

Se recomienda llevar ropa ligera, una gorra y algún protector solar para la piel, indispensable una cámara fotográfica (si usted desea guardar el mejor crepúsculo de estos parajes). Si va en auto, recomendamos llenar el tanque en la ciudad de Trujillo, es importante no olvidar llanta de repuesto y herramientas para el vehículo. Para los amantes del surf: en Pacasmayo revientan buenas olas de regular envergadura.

Alojamientos:

Tanto en el balneario como en la ciudad existen alojamientos de distintos niveles y para todo bolsillo. Los precios por habitación oscilan entre los quince y cuarenta nuevos soles.

SANTA ROSA

Cómo llegar:

Llegar a la caleta de Santa Rosa es muy sencillo. Basta tomar la ruta de Chiclayo a Pimentel y luego el camino asfaltado hacia la izquierda que corre paralelo al océano. De Pimentel a Santa Rosa hay sólo siete kilómetros.

Dónde comer:

Imposible no recomendar el restaurante de don Víctor y su esposa (en el centro de la playa). Probamos, entre otras cosas, un delicioso arroz con mariscos y un cebiche mixto de quitarse el sombrero. ¡Todo obtuvo 20 de nota!

Además existen varios restaurantes especializados en platos sobre la base de pescados y mariscos. Todos rústicos pero de muy buena sazón.

Dónde hospedarse:

Los que se enamoren de Santa Rosa (como nosotros) pueden hospedarse en el hotel de la familia Failoc, ubicado frente a la playa. La ubicación es inmejorable y desde allí se puede disfrutar mucho del panorama.

Excursiones:

Es posible contratar los servicios de los pescadores locales para ir de pesca o a bucear. Los meros, chinos y chitas son abundantes.

Pimentel es un buen lugar para pasar algunas horas. Cuenta con buenos restaurantes, varios hostales y sobretodo, la mayor concentración de caballitos de totora de la costa peruana.

La caleta de San José, a unos 18 kilómetros al norte, es también una excursión interesante. Pruebe el cebiche de raya seca o chiringuito, no lo defraudará.


Escrito por

Revista Rumbos

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Publicado en

REVISTA RUMBOS

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