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Lejos del turismo tradicional, los secretos mejor guardados de Puno

Como la otra de la Luna, también hay un Puno desconocido, al que sólo llegan unos pocos afortunados. No se deje llevar por el rebaño, abra bien los ojos y vuelva a nacer.

Publicado: 2013-06-20

Texto: Álvaro Rocha

UNO. Llachón

Cuatro y media de la mañana en Llachón, a 75 kilómetros de Puno. Dos toques en la puerta. ¿Walther? Afuera hacía frío. La idea era subir a Incacaruzpata ("cima lejana" en quechua), un cerro, como un manto de terciopelo a esa hora de la madrugada, para avistar la salida del Sol entre las islas de Amantaní y Taquile. Walther Pancca, guía nacido en Capachica, me conduce por un sendero invisible (que sólo él parece ver) que atraviesa chacras, pircas y matorrales mientras ganamos altura. Al otro extremo del Titicaca, las luces de Puno titilaban como si fueran el mismo infierno.

La frescura purificadora de la madrugada me hizo pensar que estaba entrando en una nueva piel. A los cuarenta minutos de ascenso, tenues lenguas cálidas empezaron a lamer la tierra. Poco después -ya en la cumbre- salió el Sol y el paisaje era simplemente apabullante. Tenía algo de épico, con las islas en medio de un azul acerado. Y Walther me dijo que Taquile tiene forma de lagarto y Amantani de sapo, y es verdad.

A Llachón llega el viajero, básicamente europeo. Y los campesinos tienen hospedajes familiares, comedores (la trucha, las tortillas y las sopas son excelentes), y los baños limpios. Preocupa el hecho de que la comunidad de Llachón haya vendido un lindo terreno con vista al Titicaca a unos franceses que han instalado allí un campamento. La concesión turística por una buena cantidad de años, vaya y pase, pero la venta de terrenos comunales es un despropósito en este paraje de impecable belleza. Mientras bajábamos de Incacaruzpata a Llachón, con fragancia de muña en el ambiente, los barcos de vela (puntitos blancos en la inmensidad azul) salían a sus faenas de pesca. Eran las seis y media de la mañana. Debe haber pocos amaneceres así en este planeta. Me sentí, como pocas veces, feliz de estar vivo.

DOS. Cutimbo

Nueve de la mañana en Puno, nos dirigimos, junto a la fotógrafa Cecilia Larrabure, por las calles de esta ciudad -festiva pero sin mayor encanto- al paradero de Laraqueri para chapar nuestra combi a Cutimbo, una chullpas desconocidas pero, nos dijeron, en mucho mejor estado que las de Sillustani que han sido seriamente afectadas por los rayos.

Media hora después nos bajamos en Cutimbo, que pertenece a la comunidad de Collacachi. Había una simpática edificación del INC y un letrero que decía tres soles la entrada. Pero nadie contestó nuestro llamado. Al frente se levantaba un robusto cerro que termina abruptamente en una especie de meseta, parece una isla sobre el mar de ichu del altiplano. Precisamente en la cima de este cerro se encuentran las chullpas de Cutimbo. Un sendero empedrado facilita el ascenso. Y, es verdad, el estado de conservación de estas chullpas es superior a las de Sillustani, y además tienen la particularidad de contar también -además de las clásicas circulares- con edificaciones cuadradas. En las piedras se veían grabados de lagartos, monos, culebras, y felinos.

Al interior de las ruinas, uno puede parase con tranquilidad pues el techo armado con grandes rocones está a unos diez metros de altura. Y en este amplio recinto al cual se accede gateando, hay cinco hornacinas de estupendo acabado, también repisas, todo en fina piedra labrada.

Al costado de las chullpas principales se observan unas rampas de piedra que evidentemente fueron hechas para acarrear materiales a la parte alta de las construcciones. ¿Sería Cutimbo como Sillustani una edificación inacabada por la intempestiva llegada de los españoles? Todo parece indicarlo, pues hay una gran cantidad de piedras (ya trabajadas) desperdigadas alrededor del complejo arqueológico, listas para ser incorporadas a las chullpas. Pero solo futuras investigaciones lo determinarán.

La vista desde Cutimbo es excepcional. Se observan extensas planicies, más allá nevados y espesas nubes que se suceden sin cesar. Cuando descendimos, encontramos a René Choque Mamani, guardián del puesto del INC, que venía de recoger unas hierbas para el cólico y no perdió mayor tiempo en cobrarnos los tres soles por cabeza. También nos enseñó un aríbalo de aproximadamente un metro de altura, de obvia hechura inca.

Una combi, que llevaba una alpaca amarrada al techo, nos recogió y por un sol cincuenta nos trasladó a Puno. En el vehículo iban varias mamachas con su sombreritos de hongo. A Cecilia le fascinaban las trenzas y las miraba embobada. "Siempre me he preguntado como hacen para que no se les caiga el sombrero", me dijo. Y, en realidad, es un misterio, así como lo es aún el notable complejo arqueológico de Cutimbo.

TRES. Chifrón

Chifrón es sin duda una de las más -sino la más- bella playa del Titicaca. A hora y media de Puno, esta playa amplia y de fina arena tiene una vista privilegiada del lago y además dispone de alojamientos rurales en casas de los campesinos. A esta playa llegan no sólo extranjeros, sino básicamente juliaqueños y puneños para pasar el día. A diferencia de la costa, salvo eventuales bañistas, se ve a poca gente sin polo, polleras, blusas, chompas y sombreros. Todos son muy recatados, especialmente las mujeres, ninguna anda con el torso descubierto.

Todos los 25 de septiembre se celebra la Señorita Playa Chifrón. Es un día de fiesta popular. Chicharrón, cerveza, paseos en bote y a caballo, y por supuesto ver teatro, escuchar grupos folklóricos, y apreciar a una docena de chicas asustadas en ropa de baño -que luego nunca más usarán- proporcionadas por el municipio de Capachica. En mi opinión este evento es un poco forzado, me quedo con el teatro y los grupos musicales, y me parece que un desfile con trajes típicos, y tal vez un baile de las candidatas, sería más apropiado para la idiosincrasia de la zona.

CUATRO. Yavarí

Me despierto en un camarote del Yavarí, un barco de 143 años de antigüedad, y a través de la claraboya puedo ver gordos patos de pico azul y totorales, pero apenas salgo a cubierta se distingue la silueta de la ciudad de Puno subiendo por los cerros que rodean la bahía. Este navío fue construido en Inglaterra en el mismo astillero (The Thames Iron Works, Shipbuilding & Engineering) del que salió el Beagle que hiciera historia con Darwin.

El Yavarí arribó al puerto de Arica (entonces peruano) el 15 de octubre de 1862, donde fue desmembrado en miles de piezas que fueron transportadas a lomo de mula hasta el lago Titicaca. Los documentos de esa época hablan "de problemas de conseguir indiada". En 1866 se desató la guerra con España. El Yavarí empezó a llegar a Puno, en pedazos, seis años después, y recién se lanza al lago en la Navidad de 1870.

La señora Meriel Larken Royds, cuyos parientes han pertenecido a la Royal Navy y uno de ellos incluso llegó al Polo Norte, conoció al Yavarí en 1983, lo encontró oxidado, sin mantenimiento de ninguna clase. En 1987 se lo compró como chatarra a la Marina por cinco mil dólares. Desde entonces lo ha reparado de punta a punta manteniendo sus piezas originales, incluso el timón, todo el casco, y la madera de pino blanco de las paredes. En 1998 fue reconocido como buque museo. En 1999 sale a navegar después de cuatro décadas.

Pero no fue por mucho tiempo, después volvió a anclar en la Bahía de Puno, aunque, en un futuro próximo piensan acondicionar el buque para que se deslice por el lago sagrado de los Incas.

Yo sólo espero, como espera la señora Meriel y el “Pollo” Saavedra, capitán del navío, despertarme algún día en el Yavarí y ver a través de la claraboya el azul infinito del Titicaca.

CINCO. Tikonata

Basilio y Henry Supo, los comuneros que nos llevaban a punta de remo a la isla de Tikonata nos dicen que ellos no están de acuerdo con lo concursos de Miss Playa y esas cosas. Ellos apuntan al turista extranjero. Ahora reciben más de cien turistas por mes en temporada alta. Han construido simpáticas casas de techo cónico, llamadas putucos, para recibir a los visitantes.

Para arribar a Tikonata se debe llegar primero al poblado de Ccotos, a 69 kilómetros de Puno, donde los comuneros te trasladan en veinte minutos a esta isla tan "caleta" como asombrosa. Tiene cuevas con fósiles, milenarias cerámicas con formas de puma, y una increíble vista de la isla Amantaní. Basilio y Henry Supo nos cuentan que alguna vez trabajaron en Lima pero no les gustó la experiencia, así que volvieron al lago, a su isla.

SEIS. Alpacas

Me dicen -en el ómnibus que nos conduce de Puno al pueblo de Nuñoa- que la actual fiebre por fibra de alpaca se debe en gran parte al hecho de que Michael Jackson pagó 140 mil dólares por un auquénido. En Ayaviri pasamos por un grifo que pertenece a Rural Alianza, la empresa alpaquera a la que nos dirigíamos e inmediatamente nos dimos cuenta de su poder económico. Rural Alianza es la única sobreviviente de las 43 empresas cooperativistas y de propiedad social que Velasco creó en Puno durante la Reforma Agraria. Y vaya que tienen éxito, en sus 34,749 hectáreas pastan 40,838 alpacas de muy buena calidad.

A 39 kilómetros de Ayaviri un desvío de pista afirmada te conduce a Nuñoa, un pueblo con algunas camionetas que denotaban el poder adquisitivo de sus habitantes. Pero por dentro andan un poco preocupados, primero porque los chilenos compran alpacas a contrabandistas en la frontera, y las venden a los europeos hasta en 20 mil dólares. Chile exporta tres mil alpacas por año, la mayoría proceden de Puno. Por ello han implementado un sistema de microchips, instalados bajo la piel del animal, para evitar así esta fuga de nuestros recursos.

Y el segundo problema es que los australianos están mejorando genéticamente sus aproximadamente 20 mil alpacas, y ya obtienen fibras de menos de 20 micrones, cuando en el Perú los mejores ejemplares apenas llegan a los 22 micrones. Pero, a nuestro favor juega no sólo el capricho que tuvo el autor de Thriller, sino el hecho de que la ropa de fibra de alpaca ahora se encuentra posicionada en las mejores tiendas de ropa de alta costura del mundo.

SIETE. Charcas

Estoy en Charcas con María Mamani, quien se viene desde Ilave para darse un baño en esta playa, aunque sea con las polleras arremangadas.

Habíamos salido, hace una hora, de Puno rumbo al Sur en dirección a Ácora. Allí, por un sol, una combi nos conduce entre campos de flores amarillas hasta Charcas. Nadie usa bloqueador, ni usan lentes oscuros, ni "dreads", pero es una playa que duda cabe.

Desde esta playa, la preferida de los puneños, se puede apreciar el castillo que ha construido el belga Christian Nonis. En el agua, con falda y todo, María Mamani me dice "que hace tomando fotos, porque no se mete si el agua esta calientita".

OCHO. Epílogo

Hay destinos en Puno que están sobrecargados, como Taquile que recibe 80 mil visitantes por año, y que fueron perdiendo su frescura y encanto original. Los comuneros de la península de Capachica que practican el turismo rural deben de tener en cuenta los peligros que conlleva un turismo que crece de manera desproporcionada, tanto a la identidad cultural, como al desarrollo sostenible y saludable.

Con el afanoso guía Walther Pancca subimos al cerro Sintilina, en la parte alta del pueblo de Capachica. Había una vista sobrecogedora de la Cordillera Real boliviana. El Sol se desangraba sobre el Titicaca. Una especie de energía se despliega por el lago durante el crepúsculo, casi parece que puedes tocarla.

A las cinco de la mañana del día siguiente estaba en la plaza de Capachica. No me había visto la cara en muchos días y me asomé al espejo del ómnibus que nos llevaría a Juliaca. Estaba bronceado, barbudo y desaliñado. Me importaba un carajo. Tenía los ojos limpios. Era mi última mañana en Puno. La Luna estaba en cuarto creciente y una solitaria paloma estaba posada en un árbol ajena al frío y los halcones. Bajo los tejados desapareció la última estrella.



Escrito por

Revista Rumbos

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Publicado en

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