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Fiesta de la flor de amancaes que antes celebraba Lima, ahora la disfrutan en Huarochirí

Mientras en Lima sólo queda recordar la fiesta de Pampa de Amancaes, en Huarochirí los pobladores de Chaute y Santiago de Tuna lograron conservar  la flor, y la tradición en una fiesta de profundo contenido.

Publicado: 2013-06-13

Texto: Roberto Ochoa B.

A mí me contaron que todo empezó con una historia de amor.

Me contaron que a mediados de los años cincuenta, dos huarochiranos recién casados eligieron la ciudad de Lima para su luna de miel, y aprovecharon su permanencia en la ciudad capital para cumplir una promesa hecha con amor: asistir a la tradicional fiesta en la Pampa de Amancaes, en el distrito del Rímac, sin saber que se trataba de la última gran celebración previa a las invasiones que terminaron por urbanizar las lomas bajopontinas arrasando con su flora, con su fauna y con sus fiestas.

Me contaron también que esos dos jóvenes huarochiranos cargaron con la flor, más precisamente con sus semillas, y se la llevaron a su pueblo, Santiago de Tuna, para celebrar cada aniversario de su matrimonio con su propia “fiesta de Amancaes”, siempre el 24 de junio –el mismo día que se celebraba en Lima– como para aprovechar el feriado por el Día del Indio (hoy Día del Campesino), coincidiendo además con el cusqueñísimo Inti Raymi y con el pagano solsticio de invierno.

Y me contaron que un año después de su luna de miel la planta de Amancaes creció como Dios manda, pero cuando el almanaque marcó el 24 de junio, días más días menos, la bendita flor nunca floreció.

Meses después de la florida desilusión, cuando se acercaba la navidad y los cerros que circundan Santiago de Tuna se cubrieron con esa densa niebla previa a las lluvias de temporada, a la bendita flor se le ocurrió florecer justo para el 24 de diciembre, días más días menos, una fecha que como todos sabemos es santa para los cristianos, pero también para las tradiciones prehispánicas del Capac Raymi coincidiendo con el siempre pagano solsticio de verano.

Al parecer –así me lo contaron– los recién casados ignoraban que el cambio de piso ecológico y los 2 000 msnm donde se ubica Santiago de Tuna, modificaron la fecha de florecimiento –del solsticio del 24 de junio al solsticio del 24 de diciembre–, pero sin alterar en los recién casados las ganas de celebrar.

Conservación con amor

Así me lo contaron y así me gustaría transmitirlo, pero existe otra versión que asegura que la Fiesta de la Flor de Amancaes en Santiago de Tuna –en la provincia de Huarochirí y a sólo dos horas de Lima Metropolitana– nació por la competencia e iniciativa de sus cofradías locales, dispuestas a tirar la casa (y el pueblo) por la ventana para celebrar el nacimiento del Niño Dios.

Según esta versión “oficial”, todo empezó a mediados de los años treinta del siglo XX, cuando don Sixto Carhuamaca Marcelo y su señora, doña Inés Párraga Gutarra, decidieron llevar la semilla de la flor de Amancaes para armar una fiesta navideña distinta –y distinguida– a la de los otros poblados huarochiranos. Y si eligieron el limeñísimo Amancaes fue como para poner amarillos de envidia a la competencia.

Ellos y sus descendientes se encargaron de armar la jarana cada 24 de diciembre, días más días menos, sin saber que le estaban haciendo un favor a la humanidad, o más precisamente a las antiguas tradiciones limeñas, pues kilómetros más abajo de la cuenca del río Rímac, en la tres veces coronada villa, Ciudad de los Reyes, Lima, no sólo se perdió la tradicional fiesta de la Pampa de Amancaes, sino que la propia flor estuvo a punto de extinguirse por obra y desgracia de sus pobladores.

Allá arriba, empero, en los terrenos comunales de Santiago de Tuna y también en el vecino poblado de Chaute, la flor se logró conservar todos estos años en viveros al aire libre, aplicando ancestrales técnicas de cultivo andino, como si se tratara de todo un laboratorio comunal al que se aplicó el cariño y empeño de sus pobladores, y esas ganas de celebrar, como Dios manda, las fiestas del calendario.

Al final, todo este trabajo de conservación siempre será una historia de amor.

Compadres y rivales

Los pobladores de Santiago de Tuna y de Chaute son prósperos campesinos, ganaderos y comerciantes que comparten apellidos de alcurnia como Godoy (se ha conservado el apellido del primer encomendero que nombró Francisco Pizarro), Carhuamaca, Valencia, Encarnación, Julca, Cuya, Urquizo, González, Pomacaja, Pérez, Llacsayauri, Párraga y otros. Y también comparten terrenos de cultivo y pastoreo, pese a que son precisamente estos terrenos los que muy de vez en cuando provocan violentos enfrentamientos limítrofes con muertos y heridos de por medio.

Pero esas diferencias se acaban cuando viene la navidad y la fiesta de la flor de Amancaes, y ambos pueblos olvidan sus rencillas para dedicarse de cuerpo y alma a las celebraciones.

Comprobarlo es fácil para los limeños. Basta tomar la carretera central, pasar Chosica, Ricardo Palma y el peaje, y antes de llegar al desvío de San Bartolomé, tomar el que conduce a Cocachacra, donde empieza una carretera que asciende en serpentín y que en poco menos de una hora llega a Santiago de Tuna.

Kilómetros antes de Tuna, otro desvío apunta hacia el poblado de Chaute, al que se llega en sólo veinte minutos y desde donde se tiene una vista espectacular del célebre Bosque de Zárate, el piso ecológico de selva nubosa más cercano al mar.

Pero ya sea en Santiago de Tuna o en el propio Chaute, el visitante no sólo será bien recibido sino que podrá participar en la fiesta en honor a la flor de Amancaes, una celebración que todos creían desaparecida, pero que en la sierra limeña está llena de vida y goza de buena salud.

La fiesta inolvidable

Cuando me contaron que todo empezó con una historia de amor yo estaba en Chaute, buscando un mejor acceso para recorrer el bosque de Zárate y contemplar su esplendor antes de que empiece la temporada de lluvias.

Era la víspera de la navidad, pero no me preocupaba en volver a Lima porque sabía que podía bajar a la ciudad en menos de dos horas. Y fue precisamente en Chaute cuando me señalaron un pequeño cultivo de color amarillo instalado en medio de un bosque de eucaliptos, como si se tratara de un vivero al aire libre.

“Es la flor de Amancaes –reveló mi anfitriona–; ya floreció y ahorita empieza la fiesta”.

Sólo por eso decidí quedarme en Chaute y aprovechar mi estadía para darme un salto a Tuna y comprobar cómo es que celebran la fiesta dedicada a esta flor. Y las cosas se sucedieron más o menos así:

24 de diciembre, 8 de la noche

¿Por quién doblan las campanas? Faltan cuatro horas para la Noche Buena y el único campanario de Chaute dobla y redobla anunciando el ingreso de la cuadrilla de “Los Negritos”, todos varones disfrazados de esclavos africanos que vienen a adorar al Niño Dios.

Pero no son para nada solemnes. Ellos desfilan por el pueblo haciendo parodias de militares, marinos, mineros y/o rancheros. Y entre ellos sobresale la “negra Bachita”, coquetísima pese a que carga con su recién nacido bien sujeto en su “calishmanta”.

“La bachita está que bota cadera de aquí pa’ allá”, describe nuestra anfitriona.

La banda los recibe a toque de diana, y son agasajados por las autoridades de la comunidad y de la cofradía con brindis de aguardiente, anisado y calientitos. Pero la “Bachita” es una disforzada que se da tiempo para coquetear hasta con los foráneos, y a la primera distracción le manda un chape en la boca al propio presidente de la comunidad y al titular de la cofradía. ¡Salud!

En eso están cuando aparece Papá Noel cargado de regalos para los niños del pueblo mientras organiza la chocolatada y distribuyen los trozos de panetón. La escena me hace recordar lo cerca que estoy de Lima.

Mientras tanto, los “Negritos” danzan en la plaza del pueblo hasta minutos antes de la Misa de Gallo cuando desaparecen unos instantes y vuelven a aparecer con sus trajes de gala.

“Eso es pureza y respeto para el Niño Dios”, nos instruye nuestra anfitriona, no sin antes explicarnos que esa fina “cotona” es un sacón bordado con hilos de oro y plata con imágenes del panteón católico (la Virgen de la Merced o el patrón Santiago Matamoros) acompañadas con imágenes prehispánicas, como el puma o el otorongo, ambos de muchos valor iconográfico en el panteón huarochirano. Es decir, todo un look sincrético y peruanísimo, porque hasta la fecha, y con un poco de suerte, se puede observar pumas entre los árboles del vecino bosque.

El presidente y el tesorero de la cofradía son los caporales que mandan en las dos filas de “Negritos”. Todos visten de blanco bajo sus espectaculares cotonas. Todos lucen sus guantes blancos, todos se esconden bajo máscaras de cuero negro, todos agitan sus campanillas y muestran sus chicotillos coronados con tres puntas de plata.

En la puerta de la iglesia, previo a la Misa de Gallo, son recibidos por las “Mariquitas”, con sus mandiles blancos y abrigadas con chompas de color guinda.

“Negritos” y “Mariquitas” ingresan a la iglesia para realizar el misterio de la adoración del Niño Dios en presencia de todos los pobladores de Chaute.

“Los Negritos van decorados como arbolitos de navidad”, insiste nuestra anfitriona mientras las campanas doblan a las doce de la noche y el cielo se ilumina con los fuegos artificiales, y los niños huyen de los “toro locos” y los danzantes realizan sus pasos acrobáticos, sus coreografías, sus “destrezas” que simulan enfrentamientos o temas cotidianos como la lustrada de zapatos. En eso están cuando el pueblo se apresta al baile general que ya no recuerdo a qué hora de la madrugada terminó, ¿o es que estaba amaneciendo?

25 de diciembre, 10 de la mañana

Con la resaca de todo lo sufrido empozada en el alma (y en el hígado) casi salto de la cama cuando la explosión de bombardas se confunde con el tronar de la banda que pasa junto a mi ventana.

Mis anfitriones me sacan casi a empellones para que no me pierda la “visita de cerveza” –el protocolar aporte de cajas de cerveza de cada uno de los socios de la cofradía– y la ceremonia en que los Negritos “sacan permiso” (sic) para participar en las celebraciones.

A esto se presta el gobernador, quien revisa los “pasaportes” de los Negritos mientras hace la pregunta de rigor: “¿Cuál es tu gracia?”.

Las respuestas varían, pero siempre con una dosis de humor. Uno se presenta como el “mañosito”, otro se califica de “golosito” y no falta el tío canoso que se autodenomina “muchachito”. Pero todos muestran fotos de calendarios de conocidas vedettes –peruanas y extranjeras– como si se trataran de sus respectivas esposas. Y este detalle es lo que más celebra el respetable.

Pero si la gracia no convence al público ni a las autoridades, el Negrito pasa por el castigo de rigor: le levantan la cotona y recibe tres sonoros latigazos.

Culminado el “permiso”, empieza el bacilón. La banda rompe a tocar sus melodías y el jolgorio se confunde con las danzas de “Negritos” y “Mariquitas”.

Ese día llegan los “cajueleros” portando unas urnas finamente ataviadas con el misterio del nacimiento del Niño Dios o con otras imágenes sacras. Ellos, los “cajueleros”, son socios, amigos o invitados del presidente de la cofradía y junto con sus urnas aportan viandas de comida, cajas de cerveza o un sobre con suficientes soles o dólares como para garantizar el festejo.

26 de diciembre, casi al mediodía

Tengo que interrumpir mi sueño reparador para participar en el desayuno comunal seguido casi de inmediato por un suculento almuerzo que hace que me esconda en algún sitio para continuar con la siesta.

Sin embargo, pronto me despertarán para acompañar una procesión de pobladores, socios y autoridades que danzando se detienen en la puerta del cementerio, donde presentan sus respetos a los socios difuntos.

Al atardecer se inicia un nuevo “requerimiento” con aportes monetarios o en especies otorgados por los socios, amigos e invitados de la cofradía organizadora.

Cuando la ceremonia termina y estoy a punto de escaparme en busca de una buena cama para descansar, la orquesta típica rompe con su contagiante música anunciando un nuevo baile madrugador.

28 de diciembre, 3 de la tarde

Ya no sé si lo que acabo de comer fue el desayuno o el almuerzo. Debo de estar sufriendo algo así como un jet lag en las alturas de Huarochirí, pues el tiempo se ha trastocado, me acuesto cuando sale el sol, casi acalambrado de tanto bailar y con algunos rastros de sangre en la corriente alcohólica de mis venas, y me levanto al atardecer para seguir con la juerga. Pero estamos de fiesta y hoy es el día más importante, pues ya son las tres de la tarde y tengo que seguir la marcha de pobladores que asciende por las callecitas empinadas del pueblo hasta llegar a una cancha de fútbol que sólo hoy, 28 de diciembre, sirve como escenario para las coreografías de las danzas dedicadas a la flor de Amancaes.

En una esquina de la cancha hay un portón de metal que resguarda el acceso a un espacio que parecía un pequeño cementerio, pero que es el vivero al aire libre donde florecen los amancaes cultivados por la comunidad.

El respetable se ubica en los alrededores del canchón para ver bailar a las “mariquitas”, con sus sucesivas coreografías y sus bien elaboradas danzas que tienen como telón de fondo el imponente paisaje del bosque de Zárate y los picos cordilleranos de Huarochirí. De ellos sobresale la cima del Condorcoto, célebre porque –siempre según el Manuscrito Quechua de Huarochirí– fue allí donde se refugiaron los hombres y animales que escaparon del diluvio universal.

El espectáculo es sobrecogedor. El público guarda un profundo silencio mientras tres generaciones de “mariquitas” danzan al son de una banda de músicos y sus mandiles color amarillo-amancaes resaltan entre los colores que van cambiando en el cielo crepuscular.

Casi una hora después, poco antes de que anochezca, las “mariquitas” irrumpen en el refugio-vivero para “apañar” los amancaes y luego obsequiarlas a los socios e invitados. La escasa luz del crepúsculo sirve para que los pobladores y sus invitados descendamos hasta el salón de baile del pueblo para continuar con la jarana quién sabe hasta qué horas. Esta vez, sin embargo, todo está pintado de amarillo, desde los jarrones adornados con las amancaes hasta las damas del pueblo que lucen más bellas con su fino mandil color amancaes.

29 de diciembre, Dios sabe qué hora será

Me despierto sólo para comprobar que toda mi habitación está decorada con amancaes. Afuera ya son pocos los pobladores que participan en el “despacho”, es decir, en la despedida de socios, invitados cajueleros y músicos. Los muchachos bajaron la cabeza de un toro que decoraba uno de los balcones del pueblo, donde ¡oh sorpresa! encuentran dos botellas más de fino aguardiente. Yo sólo pienso en armar mis cosas para “bajar” a Lima y dormir por lo menos 24 horas seguidas para recuperar el físico y poder celebrar la fiesta de año nuevo. Mientras me despido de mis anfitriones, logro ver en la plaza del pueblo toda una “fiesta brava” con la cabeza del toro. Los chicos del pueblo torean al bicho, mientras mi camioneta pasa bajo el arco de bienvenida de Chaute y toma la primera curva rumbo a la carretera central.

En estos días de fiesta en Chaute me di tiempo para ir y venir del vecino Santiago de Tuna, donde la fiesta es muy similar, pero con más abolengo. Allá “apañan” la flor el 27 de diciembre (un día antes que en Chaute) y el vivero es mucho más grande y mejor cuidado. Pero hubiera tenido que multiplicarme para asistir a las dos celebraciones y en Santiago no tenía tan buenos anfitriones como en Chaute. Sin embargo, mientras desde el parabrisas logro contemplar la carretera central –casi 500 metros más abajo– juro que el próximo año celebraré la fiesta de Amancaes en Santiago de Tuna.


Escrito por

Revista Rumbos

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