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Los hermanos Yánac, a pesar de tener que dormir sobre ichu, fueron lo primeros peruanos que vencieron al Huascarán

Fue en 1953, 6 peruanos se mandaron a conquistar la cumbre más alta del país con un equipo precario, su ascenso fue seguido por el pueblo, la prensa, y autoridades nacionales. Fue una epopeya, con todas sus palabras.

Publicado: 2013-06-03

Textos: David Roca Basadre

El avión del servicio aerofotográfico de la Fuerza Aérea del Perú sobrevolaba la Cordillera Blanca, tratando de ver alguna señal. Los expedicionarios habían dado señales de vida hacía pocas horas, pero ¿habrían logrado su hazaña?

De pronto, la tripulación del avión que buscaba desde hacía una hora y fotografiaba sin cesar se llenó de júbilo. Sobre el pico sur, la más alta del Huascarán, el techo del Perú, flameaban los colores rojiblancos del pabellón nacional. Los hermanos Yánac, Guido, Apolonio y Pedro y su grupo de amigos, los hermanos Fortunato y Felipe Mautino y Macario Ángeles, habían completado la hazaña de llegar a la cumbre del glaciar más alto de los trópicos en el mundo.

Eran las 12:35 del día 4 de agosto de 1953, y los 6,768 metros de altura sobre el nivel del mar del majestuoso apu cordillerano, habían sido vencidos por un grupo de seis peruanos, sin mucho atavío ni aparejo moderno, pero con toda la terquedad del coraje andino.

La prensa seguía expectante la aventura desde hacía días. Una aventura que llenaba primeras planas, que se había iniciado el 1 de agosto y había comenzado con una anécdota.

La Cordillera Blanca ha sido siempre objeto de fascinación para todos cuantos pasaron a su lado. Hay, incluso, crónicas acerca de las características de la zona hechas por los conquistadores, como cuando Hernando Pizarro sintetiza magníficamente el paisaje, y dice: “El interior del país es muy frío y le sobran aguas y nieve, pero la costa es muy calurosa y llueve tan poco, que la humedad no bastaría para hacer madurar los sembrados si las aguas que vienen de la cordillera no mejoran el suelo, que así produce cereales y frutos en abundancia”.

Sin embargo, el desafío de conquistar sus cumbres es una percepción moderna, tan solo similar en algo a las expediciones rituales para ofrecer sacrificios a los dioses tutelares que en tiempos prehispánicos realizaban los sacerdotes de los centros ceremoniales andinos.

Las huellas de aquellos pasos son pocas, las de asentamientos regulares menos, pues es difícil cultivar nada a más de 4,000 metros de altura.

A inicios del siglo XX el aventurero norteamericano Reginald Enock superó los 5 mil metros de altura, pero no pudo doblegar al Huascarán. Pocos años después, en 1908, la periodista y expedicionaria, también estadounidense, Annie Peck, logró llegar hasta el pico norte, según ella misma refiere, alzada en brazos el último trecho por los fuertes brazos de sus guías. Sin embargo, muchos han puesto en duda la veracidad de la versión de Peck.

Finalmente, en 1932, una expedición austro alemana liderada por el Dr. Philip Borchers, conquistó los 6,768 metros de la cima sur de la montaña tropical más alta del mundo.

Los Yánac y sus amigos

El grupo de amigos trabajaba para el entonces ministerio de Fomento en el control de las lagunas, algunas de ellas ubicadas a 4,500 metros de altura. Mirar las cumbres del Huascarán y que la idea de escalarlo surgiera en sus mentes, tan solo necesitaba de un pretexto. Más aún cuando ya desarrollaban, en sus ratos libres, técnicas propias para el escalamiento.

Un grupo de expedicionarios mexicanos, de retorno de una ascensión, dijo que habían dejado varios objetos que facilitarían el ascenso a los peruanos que trataran de hacerlo. Afirmaban haber llegado al pico norte, el más alto de todos. Era casi un reto.

Los hermanos Yánac y sus amigos estaban ya listos para intentar la proeza que consumía sus mentes. Buscaron el apoyo de instituciones y empresas, y un primero de agosto de 1953, luego de muchas gestiones, pudieron iniciar el ascenso.

Sus aparejos no eran de los mejores, sin zapatos a la medida y que los obligaban a ponerles algodones para calzarlos, pesados grampones, picotas fabricadas artesanalmente, carpas de lona sin piso que los obligaban a portar paja o ichu para descansar, mochilas hechas de valijas corrientes, sogas que no eran necesariamente las adecuadas y alimentos preparados en casa a base de maíz tostado, charqui de venado y similares: aquellas eran sus armas para llegar a la cumbre, además de una voluntad de hierro.

El ascenso y la cumbre

Fueron cuatro días hasta la meta: comenzaron a las 9 de la mañana del aquel primer día de agosto, hasta llegar al campamento base a 4,500 metros de altura, “en un terreno abrigado, rodeado de queñuales desde donde se observaba el Callejón de Huaylas”, según relata Apolonio Yánac.

Al día siguiente, luego de superar grietas que a veces cedían, llegaron a los 5,700 metros de altura, donde armaron un pequeño campamento y pasaron la noche.

Efectivamente, encontraron alimentos concentrados dejados por los mexicanos y que consumieron allí. A las 7 de la noche enviaron las señales convenidas, con cohetes paracaídas verdes, lo que significaba que todo estaba bien.

El tercer día iniciaron la etapa más arriesgada, a través de grietas espaciadas y nevadas que los llevaron frente a una gran muralla de hielo. Tenían que superar ese escollo para acceder a La Garganta. En La Garganta hay suficiente espacio para acampar con tranquilidad, se puede evaluar la condición física y mental de los expedicionarios, y así decidir si se ataca la cumbre norte o sur del Huascarán.

Los mexicanos les habían cedido una cuerda para subir por la muralla de hielo, sin embargo les costó un enorme esfuerzo poder doblegarla. Extenuados y todo tuvieron que continuar por dos horas más hasta llegar a los 5,900 metros, a la zona de La Garganta, donde levantaron nuevamente las carpas. No era fácil dormir, hacía 25 grados bajo cero.

El martes 4 de agosto, animosos como estaban a pesar del cansancio, algunos accidentes peligrosos pusieron en riesgo al grupo: resbalones que a esa altura pueden ser mortales, algunos golpes que retrasaron el paso de Felipe Mautino y de Macario Ángeles. Decidieron, entonces, coronar la cima sur.

Luego de escalar una cresta bastante empinada, rodeada de grietas suaves, llegaron a la cumbre al mediodía, a los 6,780 metros que ningún otro peruano había alcanzado. Brindaron entonces de felicidad mientras los compañeros rezagados les iban dando el alcance, gracias a un enorme coraje.

No encontraron ninguna huella de los mexicanos en esas alturas.

Luego de arribar al campamento base, comenzó el descenso. Todos los pueblos de la zona se habían engalanado de banderas, y las fiestas para recibir a los héroes llegaban hasta la capital de la República. Los hermanos Yánac y su grupo de acompañantes habían realizado una de las hazañas deportivas más grandes de la historia. La prensa les hacía el mayor de los ecos, y los corresponsales extranjeros enviaban sus noticias. Después, los Yánac vencerían el Aconcagua. Pero esa es otra historia.

La primera expedición peruana al Huascarán fue un homenaje al aniversario patrio, auspiciada por El Comercio, y organizada por el periodista César Morales Arnao, su corresponsal en Huaraz. Lamentablemente, él no pudo escalar como hubiese querido debido a una lesión en un pie. Pero todo estaba preparado para que los hermanos Yánac y su equipo asumieran el reto el sábado 1 de agosto de 1953. Varios de ellos ya habían participado en proyectos similares con equipos extranjeros. Pero esto era distinto. Era la primera vez que se juntaba un grupo de peruanos para conquistar su propia montaña, la más alta del país.


Escrito por

Revista Rumbos

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