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Sacerdote halla Santero, precursor de los retablos, en iglesia de Ayacucho

Publicado: 2013-04-24

El hallazgo de una Capilla de Santero, reliquia religiosa traída por los conquistadores españoles, ha puesto nuevamente sobre el tapete su innegable influencia en la posterior creación de los San Marcos y los retablos ayacuchanos.

Texto y fotos: Iván Reyna Ramos

Hace unos días, el sacerdote Feliciano Rivera Cancho, al hacerse cargo de la iglesia Santo Domingo de Ayacucho, encontró entre las cosas viejas depositadas por cientos de años en los almacenes del templo, una hermosa caja de madera, que en un principio el religioso creyó se trataba de un sagrario, pero luego, al desempolvarla en su totalidad y con ayuda de los entendidos, se supo que era una Capilla de Santero, de la época de la Conquista. Una verdadera reliquia, un extraordinario hallazgo que tiene vínculos con los retablos ayacuchanos.

Los Santeros eran cajitas de maderas que permitía a los frailes venidos de España portar una colección de santos en su avance evangelizador. En la época de la Colonia, no se sabe cómo ni cuándo, los Santeros se transformaron en los Cajones San Marcos. Los San Marcos era utilizados en rituales de marcación de ganado y como altares portátiles que trasladaban la misa católica a las comunidades campesinas. Y es que San Marcos es el patrón del toro.

El mismo José María Arguedas reconoció que el Santero fue el antecedente histórico del San Marcos andino. Pero, a diferencia de los Santeros, los San Marcos son cajones que se dividen en su interior en dos pisos. En el piso superior, se colocan las imágenes de los santos patronos de los animales; mientras que en el piso inferior, se ubican las diferentes escenas que conforman el ritual de la herranza.

Al pintor Joaquín López Anta, que elaboraba cajones de San Marcos, le tocó vivir la época en que la tradición estaba en decadencia, y se le ocurrió cambiar el escenario netamente pastoril para retratar las diversas costumbres del pueblo ayacuchano. Así nacieron los retablos. Corría el año 1940.

Los retablos de hoy muestran escenas costumbristas, nacimientos y vivencias a pedido del cliente. Un destacado creador, Edwin Pizarro Lozano, tiene su taller familiar llamado “Quichua” (Jr. Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga 278, Barrio de Belén, Ayacucho) donde sigue la línea del arte popular. Las figuras la amoldan con cal, yeso y su gran secreto: pasta de papa amarilla sancochada. En 1995 confeccionó un retablo de 5 metros de alto, el más grande que se haya conocido y que actualmente deslumbra a los viajeros cuando llegan al aeropuerto de Ayacucho.


Escrito por

Revista Rumbos

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