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Correr olas en el Amazonas: una experiencia alucinante

Publicado: 2013-04-08

La ola más grande del mundo no se forma en el mar, sino en la desembocadura del río Amazonas. Esta bestia acuática de 13 kilómetros de longitud, se desplaza dos veces al año en luna llena. Y los surfistas la esperan como un sueño hecho realidad.

Texto: Fritz Neumann / Austria

Fotos: Jürgen Skarwan /Austria

En lenguaje indígena tupí-guaraní pororó-ká, es una onomatopeya que significa 'ruido estruendoso y destructivo', y se refiere a una ola gigante de hasta cuatro metros de altura que ejerce presión sobre la tierra, que nace de la fuerza bruta del río Amazonas y sus afluentes, y que se adentran más de sesenta kilómetros en el Atlántico.

El impresionante caudal del Amazonas con más de cien mil metros cúbicos de agua por segundo, es el causante de que el oleaje formado por el ingreso de las aguas del Atlántico tenga una duración excepcional. En el lenguaje de los surfistas, pororoca pronto significará 'deseo'. La ola alcanza más de trece kilómetros de distancia y puede ser montada por veinte minutos, según nos dijeron antes de comenzar el viaje.

Ahora nos encontramos a orillas del Araguari, un río de 3 kilómetros que se extiende al norte del Amazonas. Hemos llegado hasta aquí en tres pequeños botes de madera en los que metimos las tablas de surf y chalecos salvavidas. En el grupo están la estrella de surf australiana Ross Clarke-Jones, la leyenda estadounidense Gary Linden, el brasileño Carlos Burle y Picuruta Salazar, el héroe local, quien dice haber montado el Pororoca por más de veinte minutos.

Boca del Araguari

Solo a unos kilómetros de aquí, el Araguari se encuentra con el Atlántico. Con binoculares, sólo podemos ver una línea blanca y delgada en el horizonte, aunque el estruendo se escucha cada vez más fuerte. La línea blanca se va volviendo más gruesa y espumosa, y se convierte finalmente en la gran ola. A una velocidad de treinta kilómetros por hora, el Pororoca viene hacia nosotros.

El punto de partida de esta aventura fue Manaos, una ciudad de, aproximadamente, un millón de habitantes. Hace cien años, Manaos era tan rica que sus habitantes mandaban a lavar sus ropas a Londres. La ciudad debió ese boom al árbol del caucho, del que se extraía el látex. Sin embargo, el boom surgió tan rápido como desapareció, ya que el caucho comenzó a plantarse en Indonesia. Hoy no valdría la pena viajar a Manaos si no quedase exactamente en el corazón de Brasil y en el centro de la región Amazónica, lo que la convierte en el punto perfecto para saltar a la boca del Araguari.

Al dejar Manaos, nuestro hogar durante siete días fue una enorme embarcación pesquera llamada El Dorado. Una vez que alcanzamos el río Araguari, El Dorado soltó anclas detrás de una isla tan grande como para mantenernos a salvo del ímpetu del Pororoca, quien ya ha volcado barcos más grandes antes. No tuvimos mucho tiempo para dormir: se esperaba que la ola llegara al amanecer. Con la primera luz del día nos subimos a los botes y llegamos hasta aquí.

Agua Salvajes

Nuestro guía nativo ya se ha enfrentado al Pororoca docenas de veces pero luce tenso. 'Si los arrastra, se encontrarán inmersos en aguas salvajemente turbulentas, llenas de caimanes, serpientes y pirañas', nos advierte. El mayor peligro es llevar el bote frente a la ola y que se quede atascado. 'Si eso sucede', nos dice el nativo, 'deben saltar al agua y alejarse lo más posible, ya que si la ola comienza a lanzar el bote de un lado a otro estarán en grave peligro'.

En las grandes ciudades de Brasil, se enseña a los niños de colegio sobre una gran ola, al noreste del país, que inunda comunidades y deja áreas enteras bajo el agua. Sin embargo, los científicos no se interesaron seriamente en el Pororoca hasta 1984. Ese año Jacques Cousteau condujo varias investigaciones en el Amazonas que quedaron obstaculizadas parcialmente cuando la ola volcó su bote, con un costoso equipo de investigación abordo. Cousteau mencionó una pared de agua que se dirigía hacia él.

'Hay un problema con el motor', grita el guía repentinamente. La gigantesca ola está demasiado cerca. Nos preparamos para saltar, pero en el último instante el guía se las ingenia, pone en marcha el motor y podemos alejarnos justo a tiempo. Otro bote no tiene la misma suerte y se vuelca. Sus tres pasajeros saltan por la borda. No logran alejarse lo suficiente y, como una boca abierta, el Pororoca se los traga, los mastica sin compasión y los escupe. La embarcación de rescate va de un lado a otro del río, recogiéndolos uno por uno.

La gran Ola

John tiene una gran cortada en la pierna debido a la hélice del motor. Afortunadamente salió del agua tan rápido como para no llamar la atención de las pirañas. Gary tiene un moretón en la espalda. Ha tenido buena suerte, ya que pudo sostener su tabla de surf como si se tratase de un escudo, evitando ser golpeado directamente por el bote. Aunque la tabla pasa a la historia, Gary espera estar en forma para el próximo día.

Este nuevo día trae un cambio en nuestra suerte. De repente, todo ocurre sin complicaciones. Los surfistas entran en el agua en buen momento y se deslizan sobre sus tablas. Surfean uno al lado del otro, uno detrás del otro. El más hábil es lanzado fuera de su tabla después de montar al Pororoca por 37 minutos: Picuruta Salazar, 'el héroe local'.

En la tarde todos están de vuelta en El Dorado. Las conversaciones se confunden unas con otras. Existe un solo tema: la gran ola. 'Lo fascinante es que nada más tienes una oportunidad', dice Gary, 'si te pierdes el Pororoca, tienes que esperar un día entero'. Aunque la marea alta y, con ella, la ola, llegan dos veces al día, el Pororoca sólo puede ser surfeado una vez, pues la segunda ola llega de noche. Y entonces, sólo podemos escuchar su poderoso rugido a la distancia.


Escrito por

Revista Rumbos

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Publicado en

REVISTA RUMBOS

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